Sobre el origen del cielo

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autor: Eduardo Zugasti

En el ICCI, Helen de Cruz intenta explicar el aparente éxito cultural de las religiones que postulan un más allá «agradable». En nuestro contexto cultural, una de las razones más obvias radicaría en que las promesas agradables sobre el más allá permitirían a las personas afrontar mejor situaciones de un peligro tan mortal como la guerra. 

«Yomi», el cielo del shintoismo.

En el ICCI, Helen de Cruz intenta explicar el aparente éxito cultural de las religiones que postulan un más allá «agradable». En nuestro contexto cultural, una de las razones más obvias radicaría en que las promesas agradables sobre el más allá permitirían a las personas afrontar mejor situaciones de un peligro tan mortal como la guerra. En apoyo de este modelo, algunos estudios «priming» muestran que recordar a las personas (es decir, a los norteamericanos que participan en estos estudios) que son mortales les hace más vulnerables a aceptar el «diseño inteligente» con preferencia a la evolución (Tracy et al. 2011), y también hace que aumente su religiosidad, aunque no sus convicciones religiosas (Jong el at. 2012). Según de Cruz, se trata de «teístas en el armario».

El problema con este modelo es que da por supuestas de forma natural creaciones culturales históricamente muy posteriores a la extensión de la guerra como fuerza evolutiva. De hecho, las principales culturas religiosas de la humanidad parecen haber desarrollado visiones sombrías del más allá que no les disuadieron de participar en cruentos conflictos ya en los tiempos históricos. Los egipcios restringían fuertemente la supervivencia ultraterrena a faraones y nobles, aunque las promesas de felicidad más allá de la vida se fueron «democratizando» paulatinamente. Ni la antigua tradición judía, ni la floreciente Grecia clásica, se caracterizaron por el optimismo del más allá, cómo muestran el hades homérico o las inclinaciones fatalistas del Eclesiastés. En Grecia, como en Egipto, una existencia placentera en el más allá estaba restringida a ciertas personalidades heroicas. Y las tradiciones orientales no difieren demasiado. La fotografía muestra una representación del «Yomi», una especie de cielo shintoísta parecido al Sheol judío en el que los muertos viven en permanente estado de putrefacción.

El escepticismo, y a veces una actitud cultural abiertamente crítica, no impidió a las élites de la Grecia clásica participar ardientemente en guerras patrióticas, como recuerda Victor Davis Hanson (Guerra. El origen de todo):

El filósofo Sócrates recelaba de la soberbia y de la megalomanía atenienses, pero ello no le impidió combatir heroicamente en la defensa de su causa cuando era ya un barrigón de mediana edad. Tucídides aprovechó el extendido mensaje sobre el sinsentido de la guerra para explayarse sobre teorías fatalistas acerca de la naturaleza humana, pero ningún ateniense luchó con más dedicación y menos cinismo que él al servicio de su país.

Por otra parte, el cielo placentero no es la única opción cultural frente a un cielo terrorífico. El escepticismo con el más allá y filosofías de corte materialista son alternativas culturales que han estado disponibles al menos desde el primer periodo intermedio o «primer interregno» en Egipto, más de dos milenios antes de la era cristiana.

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