Sin respeto a los no creyentes no hay «libertad religiosa»

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La tolerancia y la libertad religiosa, incluyendo la de quienes no profesan una religión, son conquistas más recientes, raras y vulnerables de lo que a veces se presume.

Suele cifrarse el inicio de la tolerancia religiosa moderna en la paz de Augsburgo (1555) por la que se venía a equiparar jurídicamente a católicos y protestantes, pero esto no significaba que cada individuo resultaba libre para escoger su religión. Por el contrario, como es sabido el principio Cuius regio eius religio reservaba la libertad religiosa en exclusiva para el príncipe. Ningún súbdito era libre para escoger qué fe seguía.

La tolerancia religiosa no fue una generosa creación de los protestantes, como pretende la incansable propaganda, pues estos continuaron persiguiendo a los católicos y a las sectas reformistas minoritarias décadas después de haber firmado la “paz”. Tampoco fue un regalo del periodo que suele designarse en la historia europea como “Ilustración”. Sólo los ilustrados que el estudioso Jonathan Israel denomina “radicales”, y los llamados “spinozistas”, por entonces una minoría relativamente estrafalaria, eran partidarios de la libertad religiosa para todos los individuos. Voltaire mismo, el aparente campeón de la tolerancia, no toleraba a los ateos

El artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce hoy que toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión. Además, a este artículo se le intenta dar desde hace un par de décadas una interpretación más generosa, de forma que quedan también protegidas “las creencias teístas, no teístas y ateas, así como el derecho de no profesar ninguna religión o creencia”.

El tratamiento que un país de a los no creyentes es, pues, un signo de genuina tolerancia y un excelente test de respeto a los Derechos Humanos con el que medir las verdaderas intenciones de quienes hacen ostentación de una recientemente adquirida moderación.

Captura de pantalla 2017-04-26 a las 10.30.01Desde luego, esta tolerancia está lejos de ser universal, como documenta el Informe anual sobre Libertad de Pensamiento que edita la International Humanist and Ethical Union, y que se presentó hace no mucho en el Parlamento Europeo. Este informe desglosa detalladamente por países la hostilidad social y política que experimenta la libertad de conciencia y religión, la situación de la educación y la libertad de expresión.

En algunos casos puntuales y conocidos, el hostigamiento que ejercen las autoridades contra los no creyentes tiene consecuencias dramáticas.

Siguiendo el ejemplo de Arabia Saudi, la legislación de Turquia o Pakistán está identificando rutinariamente el ateísmo con el terrorismo, lo que facilita el acoso indiscriminado de personas y la vulneración de derechos fundamentales.

Este mismo mes de abril una turba asesinó en una universidad de Pakistán a una persona acusada de publicar material “blasfemo” en internet, y ataques similares continúan produciéndose en los últimos días. Los hechos están precedidos y enmarcados por un clima de persecución social y político general contra los no creyentes, y contra los creyentes que hacen interpretaciones más liberales de los textos y prácticas sagradas, como es el caso de la comunidad Ahmadía en Pakistán, que por desgracia también puede exhibir mártires recientes.

En estos países las comunidades de personas abiertamente no creyentes sobreviven con un miedo creciente, y algunos de sus líderes, como Fauzia Ilyas, fundadora de la AAAP, viven exiliados en Europa tras recibir amenazas de muerte muy serias.

Aunque aquí hablamos de casos puntuales, las cifras y porcentajes de no creyentes, humanistas, librepensadores y no afiliados religiosos probablemente se subestiman en todo el mundo debido a prejuicios y estereotipos persistentes, particularmente en el área islámica. Según Maryam Namazie, líder de los exmusulmanes británicos, existe un verdadero “tsunami de ateísmo” en las comunidades de musulmanes que viven tanto dentro como fuera de Europa, sin que terminen de ganarse el apoyo y reconocimiento de la opinión occidental que presume de ser “secular”.

Ninguna de estas noticias ha rellenado los titulares de nuestros medios de comunicación, y por miedo o indiferencia concitan un interés político limitado. Pero muestran que la libertad de conciencia y religión genuinas, pese a ser muy generosamente reconocidas por los tratados de Derechos Humanos, aún siguen siendo una especie de lujo, o en todo caso una feliz excepción que necesita ser permanentemente fomentada y protegida.

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