Inna Shevchenko: ¿Es la religión compatible con el feminismo?

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Charla pronunciada por la activista de FEMEN Inna Shevchenko en la Conferencia sobre libertad de expresión y libertad de conciencia en Londres, en julio de 2017.

[Fariborz Pooya] Me complace presentar a Inna Shevchenko. Puede que algunos de ustedes la conozcan. Es una de las líderes de FEMEN, un grupo de activistas que protestan en topless y luchan contra el patriarcado de diferentes formas. Ha sido perseguida por los servicios de seguridad rusos, y buscó asilo en Francia. Ha escrito un libro sobre la anatomía de la opresión y el derecho de las mujeres a liberarse de todas las formas de patriarcado. Inna es bien conocida por su defensa de los derechos de las mujeres, en particular los que atraen a su cuerpo. Me gustaría que la recibiéramos con un aplauso. Vamos allá¡.

[Inna Shevchenko] Gracias, y una vez más gracias por estar aquí­ en la conferencia por la libertad de pensamiento y expresión, por congregaros en esta sala para celebrar la apostasía y la blasfemia, en un momento en el que en 39 países del mundo uno puede ser sentenciado a prisión o incluso a la pena de muerte por eso.

En un momento y lugar donde todo el mundo, sea o no religioso, con independencia de la nacionalidad y del origen, se convierte en un blanco en movimiento de extremistas movidos por dogmas. En un momento en el que para muchos es más fácil matar que aceptar las diferencias.

Gracias por congregaros aquí­ y defender el humanismo en un momento en el que los nacionalismos de extrema derecha, capitalizando el miedo y la amenaza terrorista, propagan más odio y discriminación contra las minorías, en particular los musulmanes.

Gracias por intentar mantener las puertas abiertas, y las mentes abiertas, en un momento en el que los xenófobos abogan por cerrar más puertas y levantar más muros entre nosotros. En un momento en el que aquellos que se supone que son nuestros aliados miran para otro lado, como hace hoy la izquierda regresiva, y dejan la critica del extremismo religioso a los xenófobos.

En un momento en el que también para mi profunda tristeza, lamentación y sublevación personal, algunas mujeres refrendan el sistema de valores creado contra ellas, el llamado feminismo religioso.

Os doy las gracias por no abandonar la razón y hablar en favor del humanismo, porque la tragedia última de la sociedad no es que un pequeño grupo de gente mala cometa actos de violencia y persecución, sino que la tragedia última es cuando millones de buenas personas callan ante estos actos.

En un momento en el que las herramientas de opresión y violencia religiosa se defienden en el nombre de la cultura, en el nombre de la tradición, con especial cinismo pienso yo, en el nombre de la libertad y el progreso.

En un momento en el que las sociedades progresivas se rinden ante los grupos de presión religiosos y sacrifican derechos humanos, que a menudo son los de las mujeres. Los sacrifican en el altar de la corrección política y religiosa.

Os doy las gracias por vuestra poderosa oposición a todo esto en los tiempos que corren, y por permitirme unirme a vuestra celebración de la libertad de conciencia, y debo decir que después de ayer tengo la intensa sensación de que el mayor placer sería quemarnos todos juntos en el infierno.

Así pues, estoy aquí­ para celebrar los derechos de las mujeres, su creatividad, su fuerza, su solidaridad, y para denunciar el mayor obstáculo para el feminismo, que son las religiones organizadas. Vayamos por todo el mundo como nos aconseja la sufragista Elizabeth Cady Stanton, y encontraremos que todas las formas de religión que han respirado sobre la tierra han degradado a la mujer. He observado este trágico panorama a diario en las homilí­as del Vaticano, la Meca y Jerusalén, en iglesias, mezquitas y sinagogas por todo el mundo, enfatizando la inferioridad femenina.

Cada día un nuevo titular nos informa de amenazas y violencia sobre las mujeres, bien por llevar falda en Arabia Saudí­ o por ir a trabajar en Irán o por abortar en Polonia o por ir a la escuela en Pakistán o pedir el divorcio en Israel, o porque cambiaron de creencias o simplemente porque se enamoraron de alguien.

La cultura patriarcal ha concebido muchos instrumentos de destrucción en masa de las mujeres, pero yo sostengo que las religiones organizadas son la herramienta patriarcal más eficaz contra las mujeres. La religión comienza una guerra despiadada contra el cuerpo femenino, imponiendo reglas patriarcales concernientes a su definición de quienes somos, su definición de cuál es nuestra misión, cuál es nuestro potencial, de que podemos hablar, que deberíamos leer, a quienes podemos amar y como se supone que debemos vestir. Como la primera mujer de letras Cristina de Pizan escribía en el siglo catorce en su libro «La ciudad de las damas», era muy creyente y se preguntaba por qué el Dios en el que tanto creía la puso en ese cuerpo de mujer si es que era tan malo y sucia.

Entonces, a pesar del deseo de mis padres, no me hice médica, lo cual es bastante obvio. No obstante, recientemente estudié anatomía a fondo e hice un trabajo médico junto con mi camarada y amiga y joven escritora Pauline Hillier, aquí­ presente, y publicamos un libro en Francia que estudia la anatomía de la opresión del cuerpo femenino por parte de tres religiones monoteístas. En nuestra «Anatomía de la opresión» mostramos como las religiones oprimen a las mujeres a través de su cuerpo penetrando cada parte, cada órgano, con sus reglas, su moral, sus percepciones, sus definiciones y sus demandas. Le propuse hacer esta suerte de escaneo médico del cuerpo femenino.

Estas religiones controlan nuestros pasos segregándonos en las escuelas y en los lugares de culto creando zonas vedadas a las mujeres, incluso en algunos estados confesionales se intenta despojar a las mujeres del derecho a la libertad de movimiento.

La religión entabló una guerra contra nuestras vaginas durante siglos con el culto a la virginidad y la maternidad. Le niegan a las mujeres la sexualidad, incluso llegan a cercenar de manera fanática y bárbara contra el clítoris femenino. Doscientos millones de niñas y mujeres afectadas por esta práctica. También quieren controlar nuestro vientre. Solo en 58 países en todo el mundo se efectúa el aborto por demanda.

Si continuamos escaneando el cuerpo femenino nos topamos con el pecho. Esta parte femenina que es objeto tanto de hipersexualización como de pudor por las instituciones patriarcales. Las instituciones religiosas con sus códigos de recato en el vestir enfatizan y cubren el pecho femenino, pues esta parte del cuerpo femenino debe esconderse y debe recordarse solo para las necesidades de la lactancia. Las nuevas generaciones, como puede que sepáis por mis compañeras activistas de FEMEN, hemos transformado nuestros pechos en nuestro póster político, en nuestro mensaje político. Este póster político con diferentes lemas que habla con nuestra voz hoy. Decimos que nuestros cuerpos pueden ser sexuales cuando nosotras lo decidamos, pero también políticos cuando lo decidamos. Damos el pecho, pero ahora amamantamos nuestra propia revolución femenina.

Ahora quiero llamar la atención sobre el siguiente órgano del cuerpo femenino: nuestro corazón. Mirémoslo en sentido metafórico y encontraremos que las instituciones religiosas ignoran o niegan los sentimientos femeninos. Intentan privarnos del derecho a elegir con nuestro corazón. Hoy contamos 26 millones de matrimonios concertados en el mundo. Las mujeres en el judaísmo y en el Islam luchan por su derecho a divorciarse, y muchas mujeres han sido objeto de violencia y muertas como resultado del castigo del adulterio y los crímenes de honor. Las religiones también son las más a menudo enemigas de los derechos LGBT. Muchas tradiciones religiosas prohíben a los hombres dar la mano a las mujeres porque quieren demostrar que no puede haber paz y amistad entre hombres y mujeres, pues no somos iguales según sus dogmas. A esas manos se les privan de acceder a los instrumentos de poder y riqueza durante siglos.

Lo mismo ha ocurrido, finalmente, con nuestras cabezas, los templos de nuestras personalidades, nuestras emociones, nuestros sueños, nuestras ideas y nuestra sublevación. Esas cabezas están atacadas de manera dura y constante por las instituciones religiosas. Su fetichismo por el pelo femenino se traduce en leyes de hijab obligatorio que fuerzan a las mujeres a cubrirse con independencia de su elección y de su afiliación religiosa en muchos países.

Las religiones también ponen el ojo en nuestra educación, en nuestras escuelas, porque saben que el conocimiento nos hace poco aptas para la esclavitud. Los fanáticos religiosos quieren impedir que las niñas vayan a la escuela entablando una autentica guerra contra ellas, con derramamiento de sangre incluido por parte de talibanes y Boko Haram. Las religiones organizadas son el procedimiento, creo que son el negocio de destruir a las mujeres y sus sueños, y finalmente nuestras mentes y nuestros cuerpos.

Nuestra libertad de pensamiento y de expresión están bajo un ataque constante. Mientras que algunos, incluidos algunos de los aquí­ presentes, puede estar en desacuerdo en parte con mi postura o quizá¡ prefiera que no me quite la camisa, todos estamos de acuerdo en que las religiones son el principal obstáculo para la libertad de conciencia y de expresión en todo el globo. La libertad de palabra es el elemento definitorio de nuestra naturaleza humana, el núcleo de los derechos humanos. Está¡ en la base de la libertad. Cuando suprimimos o ignoramos la libertad de palabra menoscabamos la libertad, cuestionamos los derechos humanos y finalmente negamos nuestra propia naturaleza humana.

Yo misma como activista que ha sido arrestada en algunos países, secuestrada y torturada en Bielorrusia, golpeada y forzada a exiliarme de por vida y huir de Ucrania por expresar mi opinión política, que resulta ser una opinión impopular en esos países, también tras sobrevivir junto con algunos de los aquí­ presentes a un ataque terrorista en febrero de 2015 en Copenhague durante mi charla sobre la libertad de expresión, dicho sea de paso. Una libertad de expresión que defino como el más fundamental de todos los derechos humanos fundamentales. (Por supuesto, John Milton lo expresa mejor en su tiempo.) Así­ que yo defino la libertad de expresión como el más fundamental de todos los derechos, por la razón de que la libertad de expresión es una garantía para muchos otros derechos humanos fundamentales. La libertad de palabra es la libertad esencial de inicio sin la cual es muy difícil demandar otros derechos humanos, imaginarlos o llevarlos a la práctica. Pero la palabra que desafía las ideas religiosas a menudo no se acepta como libre de expresarse, con el harto conocido pretexto de ser ofensiva para algunos. Estoy convencida de que la blasfemia es la autentica celebración de la libertad de palabra, pues las religiones, como ya hemos dicho muchas veces, no son más que ideas entre muchas otras ideas, aun cuando reconozcamos su importancia para los creyentes.

No hay ningún derecho a no ofenderse, pero hay un derecho fundamental e incondicional de libertad de palabra. Igual que los creyentes pueden ofenderse por los discursos blasfemos, los homófobos pueden  ofenderse por los discursos que reconocen los derechos de la comunidad LGBT y los sexistas pueden ofenderse por las ideas feministas, ¿No? Yo misma como mujer y feminista me siento ofendida a diario por los discursos misóginos y sexistas de los antifeministas, pero mis sentimientos de ofensa no deben convertirse ni se convertirán en una razón para restringir la libertad de palabra de alguien, porque como dijo otra mujer a la que siempre vale la pena citar, Rosa Luxemburgo, la libertad de palabra no tiene sentido a menos que signifique la libertad de la persona que piensa de manera diferente.

La noción de sentimientos de ofensa por las palabras de alguien no es solo egoísta, sino también peligrosa, pues crea límites para el inherentemente ilimitado derecho de libre palabra. Si creáis en la libertad de palabra sin ofender, es que no creáis en la libertad de palabra.

La libertad de palabra también  garantiza la existencia de nuestras diversas personalidades, lo cual es necesario para la constante evolución de la sociedad en su conjunto.

Las religiones retratan mujeres silentes como modelo de rol. No quieren que nuestras personalidades diversas se manifiesten, mientras que los hombres que hablan alto se consideran audaces, bravos y fuertes. Las mujeres que se hacen oír serán avergonzadas y humilladas como históricas e incómodas. Así­ que aquí­ estoy yo, una de esas vergonzosas, históricas e incómodas mujeres.

El retrato es así­ tanto para las acciones escenificadas con otras activistas como para los textos escritos y las declaraciones. Se nos ha calificado de históricas por algunos y de agresivas por otros, pero no se sienten atacados por vernos los pechos, ni porque vayamos por la calle con coronas de flores en la cabeza. Se sienten atacados porque hablamos alto y porque hacemos hablar a cada parte de nuestro cuerpo. Cada parte de mi cuerpo habla con mi voz ahora, no con su voz. Son mis ideas, no las suyas, en este cuerpo, ya que de las mujeres se espera silencio.

Salimos a las principales plazas de todo el mundo. Irrumpimos en los lugares donde se ejerce el poder masculino. Irrumpimos en sus estrados y altares, y nos hacemos oír. Queremos hacer que las voces de las mujeres, nuestras propias voces, sean oídas.

Mientras venía aquí­, señoras y señores, a recordar la contribución de las religiones organizadas a la opresión femenina, y a denunciarlas como el principal obstáculo para el feminismo, cuya meta es la igualdad incondicional entre hombres y mujeres. Creo y afirmo que las religiones y el feminismo son incompatibles. Las religiones organizadas toman un espacio que los derechos femeninos pierden. Allá­ donde empieza la influencia religiosa el feminismo se acaba. No estoy diciendo que la fe y la espiritualidad sean incompatibles con la libertad de las mujeres y el feminismo. Se puede ser creyente y feminista, desde luego que si­. Pero el feminismo no puede ser religioso. No se puede demandar la libertad y los derechos de las mujeres mirándolas a través de dogmas religiosos sexistas y misóginos, y aceptando las reglas de las instituciones religiosas. Cuando el feminismo demanda los derechos de las mujeres sobre su cuerpo las escrituras y las instituciones religiosas afirman la posesión masculina del cuerpo de la mujer. El feminismo lucha porque las mujeres sean escuchadas. Las religiones nos quieren silenciosas y obedientes. El feminismo expone los puntos fuertes de las mujeres, mientras que las instituciones religiosas enfatizan nuestro recato y pasividad. Las religiones patriarcales no tienen lugar en el feminismo, y por lo tanto las feministas religiosas traicionan la lucha global por los derechos de las mujeres. Adaptar el discurso de los derechos de las mujeres a leyes religiosas opresivas impuestas a las mujeres no solo manifiesta deshonestidad intelectual, sino que pone en peligro a millones de mujeres que rechazan esas reglas en su vida diaria.

Creyendo intensamente y siempre defendiendo furiosamente el derecho de libre elección de cada uno, creo que todo el mundo es libre de elegir ideas conservadoras y aplicarlas en su propia vida, incluso tradiciones sexistas y misóginas, vestimenta patriarcal, pero reclamo que no se disfracen de símbolos de progreso, que no se disfracen de símbolos feministas. No seáis hipócritas.

A menudo escucho las voces de esas feministas musulmanas, a menudo provenientes de este país, desafortunadamente, llamando a ignorar mi voz, mis palabras, porque yo soy, como dicen, una feminista blanca privilegiada, o incluso neocolonialista. Así­ que harán uso de esta oportunidad de contentarles por una vez. Si venir de un país de nivel de pobreza tercermundista, habiendo crecido en una sociedad con uno de los niveles más altos de explotación sexual de las mujeres en el mundo, si verme forzada a vivir en el exilio, si vivir bajo amenazas de muerte, se considera un privilegio, estáis equivocadas. Pero más importante, escuchadme, no creo que para hablar de derechos fundamentales de las mujeres y libertad universal para todos haya que tener cierto color de piel o provenir de cierta cultura. Basta con ser mujer.

Las religiones no caben en el feminismo. No obstante, cuando el feminismo lucha por su espacio dentro de las comunidades religiosas para reformar el dogma, la sociedad tiene una gran oportunidad para curarse. Por lo tanto, también quiero saludar el trabajo de numerosos grandes hombres y mujeres que trabajan en sus comunidades religiosas alrededor del mundo para reformar y cambiar las ideas religiosas discriminadoras de las mujeres. Lo hacen con honestidad y razonan sobre su religión y sus instituciones.

Hermanas, espero decir camaradas, mi última palabra para vosotras es que nunca permanezcáis calladas. No optéis por el silencio como estrategia. Es una mala estrategia. El silencio es una pena de muerte para nuestras personalidades y nuestros sueños. Hablemos con libertad, expresémonos sin pedir permiso a nadie. Ejerciendo nuestra libertad de palabra tomamos el poder para rechazar la injusticia del pasado, para cambiar el estatus quo, para descubrir nuestro nuevo potencial, para crear un futuro de libertad, seguridad y justicia para todos. Es tiempo de responder a las fantasías de las instituciones religiosas con realidades. Respondamos con realidades. Digámosles alto y claro que cuando nos miramos en el espejo no vemos esclavas inferiores y sumisas, sino mujeres orgullosas, capaces y libres que se apoyan mutuamente. Podemos llevar un traje largo en domingo y shorts en martes, podemos reír y hablar alto. Afirmo que podemos oponernos con éxito al patriarcado global oponiéndonos a su instrumento más eficaz: las religiones organizadas. No vuestra fe, no vuestra espiritualidad, sino sus dogmas, sus reglas, sus tradiciones, creadas para mantener el poder sobre nosotras. Seamos rebeldes en vez de esclavas, es lo que os pido.

No estoy haciendo una declaración de guerra aquí­. Al contrario, estoy pidiendo que acabe este sangriento conflicto entre las mujeres y la religión. Llamo a todo el mundo, librepensadores, secularistas, ateos y creyentes libres e iguales ciudadanos del mundo para poner fin a la guerra global contra las mujeres. Es momento de hacerse oír sobre los crímenes de las religiones organizadas. Invito a todo el mundo, con todas nuestras diferencias, a unirse a esta lucha, porque si tras todos estos años de activismo, de campañas, tras todas estas consecuencias, si algo sé es que la libertad nunca se regala, siempre se gana. En esta conferencia he oído muchas voces, muchas voces increíblemente valientes de mujeres que al identificarme como una mujer contra Dios, me comprometo­ en esta conferencia a crear una nueva comunidad de chicas frente a Dios, y os invito a uniros en un futuro cercano. Oiréis hablar de mí­.

Ahora que voy a bajar de este estrado al acabar esta charla, termino con esperanza, con la esperanza de que un dí­a los imanes, rabinos, pastores, todos los fanáticos religiosos sexistas y misóginos movidos por sus dogmas se arrodillarán, pero no para rezar por sus dioses, sino que arrodillarán ante las mujeres del mundo para pedirles perdón. Solo entonces podremos vivir en paz, y solo entonces podrán estar orgullosos de sus dioses.

Gracias.

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